22 de abril de 2010

La construcción

Como todos los primero de Mayo, hoy se celebra el aniversario de boda de los viejos. Es uno de los pocos días del año en los que la familia vuelve a juntarse. Son las doce del mediodía y me levanto cansado, sólo he dormido dos horas. Tengo que atravesar toda la ciudad para llegar a tiempo a la comida. La cabeza me da vueltas, la noche ha sido movidita y cuando llegué a casa se me olvido tomar una aspirina, que buen invento lo de tomarse una aspirina al acostarse después de una noche de fiesta, no hay mejor remedio contra la resaca. Va a ser un día jodido porque la resaca no me deja pensar y mis padres me van a interrogar como cada vez que nos vemos, si tengo novia, si a ver cuando me pongo a trabajar, que tengo que asentar la cabeza, la misma historia de siempre. Me tomo una ducha de agua caliente y dejo caer el chorro de agua sobre mi cuerpo, siento como se clava en mi piel, como me perfora la cabeza. Mientras me ducho los recuerdos de la noche no dejan de atosigarme, ¿Por qué me habré tomado esa última copa?, ¡me mató!, todo porque a Juan se le ocurrió ir a tomar la última a “Titu’s”, en ese lugar, con el ambiente que hay, no puedes tomarte sólo una copa… y todo ¿para qué?, al final, como cada sábado, he vuelto a dormir solo. Bea, desde que ella se fue no he vuelto a despertarme acompañado, que idiota soy, era una chica magnífica, guapa, inteligente, pero como siempre, lo estropeé, le dije que prefería salir con Juan, emborracharme y visitar todas los garitos de la ciudad antes que quedarme con ella en casa, ver una peli tranquilamente y charlar de nuestra relación. Como era de suponer, al regresar a casa ella ya no estaba, ni ella ni ninguna de sus pertenencias. Se había ido, y yo tenía la certeza de que jamás volvería a verla. Soy un imbécil y un soberbio, quizá si la hubiera llamado, si le hubiera pedido perdón, ella habría regresado y ahora no me encontraría tan solo, pero el jodido amor propio siempre me ha jugado malas pasadas. El agua fría interrumpe mis pensamientos, siempre me pasa lo mismo, el lunes llamo para que me pongan una caldera más grande, he estado diez minutos debajo de la ducha y ahora no tengo agua caliente para enjabonarme. Me enjabono y me aclaro rápido con agua fría, con agua gélida, como la sangre que recorre mis venas, porque no siento nada, sólo vacío.

Más que una celebración, la comida parece un funeral, a parte de los reproches acostumbrados de mi madre por la ropa que visto o la mala cara que hago, tengo que aguantar el pavoneo de mi hermano, contando sus éxitos laborales y sociales. No aguanto más esta situación, me levanto y sin mediar palabra salgo de la casa dando un portazo. Típica reacción mía, huir cada vez que una situación me incomoda, escaparme de mi mismo.

Me siento en un banco del parque de enfrente de la casa de mis padres, donde me pasaba horas y horas cuando vivía con ellos. Estoy tan absorto en mis pensamientos que no me doy cuenta de que alguien se sienta a mi lado.” ¿Fumas?”, me pregunta una voz que retumba en mis odios, una voz grave y con tono seguro, mientras me ofrece un cigarrillo. Le observo un instante y acepto el cigarro. Es un hombre de unos cuarenta años elegantemente vestido, se nota que el traje que viste está hecho a medida. Fumo lentamente mientras el hombre me explica que lleva un rato observándome, que se ha dado cuenta de que estoy vacio, que se nota que no tengo ilusión por nada en esta vida. “La vida es hermosa y yo puedo ayudarte” sentencia. “¿Cómo puedes ayudarme? La vida es una mierda”, le contesto. El hombre, con un tono de voz pausado, me cuenta que él pertenece a una asociación que se dedica a ayudar a jóvenes desamparados, a jóvenes que han perdido la ilusión por todo, a jóvenes como yo. “Si me acompañas te enseño el lugar donde vivimos, tengo el coche aquí al lado”. Le miro a los ojos, su mirada me transmite calma, durante unos segundos se produce un silencio que me parece una eternidad, no tengo nada que perder, ¿Qué me puede pasar?, ¿Qué me va a hacer este hombre si no tiene media ostia? “Ok, vamos ahora mismo”. Contesto.

Nos subimos en un porche 911 descapotable, esta organización no escatima en gastos. Salimos de la ciudad a un marcha prudencial por la nacional dos, destino a la sierra. Ya en la autopista, a una velocidad de vértigo, siento el viento en la cara y una sensación de libertad invade mi cuerpo, me siento libre, por primera vez en mi vida me siento libre. Durante todo el trayecto no intercambiamos ninguna palabra. Salimos de la autopista por la salida 57, y nos adentramos en un bosque por un camino sin asfaltar. “¿Qué sientes?”, me pregunta el hombre. “Tranquilidad” le contesto. A los diez minutos de abandonar la autopista aparece ante nuestros ojos un enorme edificio construido entre pinos y rocas y rodeado de un muro de como mínimo 3 metros de altura. La puerta se abre automáticamente, nos adentramos en esa construcción faraónica despacio, no puedo dejar de contemplarlo todo con la misma sorpresa que un niño al abrir un regalo, con la misma emoción que sentí, cuando todavía era un crío, al visitar Eurodisney.

Aparcamos en un garaje donde se ubican coches de lujo de las marcas Mercedes, Ferrari y Jaguar, entre otras. Estoy realmente impresionado, si el paraíso existe seguro que este lugar es lo más parecido. “Bueno, ya hemos llegado, te enseño el lugar y si te gusta puedes quedarte”, comenta el hombre. “¿Así, sin más?”, le contesto. “Ya te dije que estamos aquí para ayudarte”. Entramos en el edificio por una puerta lateral, y después de un rato de enseñarme más y más habitaciones y contarme más y más historias me percato de que durante todo el tiempo que ha durado la visita no hemos visto a nadie, ni una sola persona se ha cruzado en nuestro camino. Me dejo caer sobre el suelo y la emoción empieza a convertirse en pesadumbre, mi cabeza empieza a imaginar historias terribles sobre sectas. “Parece que se me ha olvidado enseñarte lo más importante”, me comenta el hombre al darse cuenta de mi cambio de actitud. “Ven, acércate”. Me levanto con desgana, el miedo me paraliza, quiero salir corriendo pero no puedo, me acerco despacio para asomarme a la habitación cuya puerta el hombre acaba de abrir. Esta oscuro, y un silencio sepulcral domina el ambiente, me esfuerzo para adaptarme a la oscuridad, empujado por el hombre me adentro lentamente en la estancia recorriendo un pasillo central, mientras voy descubriendo a ambos lados gente tumbada en el suelo en cubito supino, vestida con una túnica verde y con las manos apoyadas en el pecho. Mi corazón se acelera, noto como las pulsaciones se disparan, intento gritar pero soy incapaz de articular palabra. Al llegar al final de la habitación, el hombre que está a mi espalda, me agarra del hombro y me obliga a darme la vuelta. Le tengo cara a cara, percibo una sonrisa maliciosa en su cara, un brillo pícaro en sus ojos. Me entrega un sobre y sin apartar la mirada de sus ojos lo cojo, siento una lagrima desplazarse por mi cara, me tiembla la mano, después de varios intentos consigo abrir el sobre y saco una hoja de su interior. Transcurridos unos segundos aparto la mirada del hombre y leo el texto de la hoja. Una sola frase está escrita en ella, una sola frase pero con un mensaje muy claro: “Pedro, Bienvenido a la construcción. El que entra en ella nunca más saldrá”.

15 de abril de 2010

Autorretrato

Busco recuerdos de mi infancia y sólo encuentro la sensación de libertad, los juegos al aire libre y la opinión que tenía de mí el tutor de primaria: Gran sensibilidad y lleno de amor propio.

Busco recuerdos de mi juventud y sólo encuentro la rebeldía del adolescente inquieto y las noches de copas y risas rodeado de mis compañeros de Universidad.

Busco recuerdos de mis amores y sólo encuentro el fracaso del primer amor, el desengaño del amor perfecto y los besos y caricias que no eran amor, sólo deseo.

Siempre he sido un hombre de ciencias, mi mente, llena de hipótesis, teoremas y ecuaciones lucha contra mi pasado en este intento de expresar sentimientos a través de palabras. Paradojas de la vida, ahora descubro que son las palabras las que consiguen canalizar mis sentimientos y no los números a los que tantas horas dediqué.

Puedo contaros que he hecho durante los 38 años vividos, puedo explicaros donde nací, donde vivo, o a que me dedico, ¿serán esas palabras mi autorretrato, o simplemente las circunstancias que me han acompañado, un conjunto de casualidades?

Nací con corazón puro y la vida me enseño a disimular. Durante años estuve escondido tras una máscara, pero sentía como mi alma lloraba cada momento perdido y todavía siento en los huesos el dolor provocado por un engaño, por una traición a una forma de ser.

Buscando la perfección me perdí los pequeños detalles, los momentos que transforman la vida en milagro, mucho sentimiento pero poca acción, muchos sueños pero pocas realidades.

Ojos sinceros que se apagaban cada vez que me afrontaba a un decisión, el miedo me acompañaba durante este viaje, no hay mayor error que quedarte quieto para intentar vencer la incertidumbre, no hay mayor fracaso que no actuar en un intento desesperado de vivir seguro, que es no vivir.

Hoy, repaso los momentos vividos y descubro que por fin he encontrado el amor de la compañera perfecta y que, con el nacimiento de mi hijo, mi alma se ha despertado de un letargo escondido.

No hay mayor placer que la sonrisa sincera de Martín, no hay mejor momento que el despertar un domingo acompañado por mi mujer y mi hijo. Después de búsquedas infructuosas y de intentos ingratos descubro que la vida son los pequeños instantes que suceden cada día, momentos que transforman la vida en un milagro.

Ahora puedo decir en voz alta que he encontrado la paz y la tranquilidad que me ha sido esquiva durante tanto tiempo, ahora soy capaz de estar serenamente sin la apremiante inquietud por hacer, ahora simplemente soy capaz de estar, sentir, vivir.

8 de abril de 2010

La amistad.

Recuerdo que cuando era niño siempre imaginaba que tenía un amigo mágico que me salvaba de las situaciones difíciles, un compañero que me ayudaba a sortear los problemas que puede tener un crio de diez años. Soñaba con un amigo que cuando me acompañaba los chavales mayores del barrio no se atrevían a acercarse para burlarse de los ridículos jerséis que me obligaba vestir mi madre y las chicas de mi edad no se reían de mis dientes torcidos y de los hierros que sobresalían por la comisura de los labios tras haber estropeado por enésima vez los brackets del aparato dental devorando un lápiz en clase de geografía. Era uno de esos amigos que te hace la vida más fácil y más cómoda.

Durante mi infancia ese amigo mágico sólo existió en mis sueños. Todavía puedo acordarme de esas tardes de domingo tumbado en la cama imaginando como cruzaba el campo de piedras que utilizábamos para jugar al futbol, lentamente, acompañado de mi amigo, y que todos los chavales se detenían y nos observaban boquiabiertos preguntándose que podían hacer para parecerse a nosotros.

Siempre fui un chico con mucha imaginación, sin embargo en la realidad, nunca destaqué por causar admiración al resto de los chicos, era un chaval que pasaba desapercibido, despistado y torpón que únicamente conseguía la atención del resto de chicos cuando mi padre me regalaba una bici nueva o un nuevo juego de mesa.

Al llegar a la adolescencia la situación no cambió mucho, desapareció mi amigo imaginario y conseguí una nueva amistad, el alcohol. Me emborrachaba todos los sábados, a falta de un buen amigo que mejor que un cubata, y en estado ebrio recorría todos los bares de la ciudad, intentando conquistar a cualquier chica, independientemente de que estuviera acompañada o no. Mi táctica conquista mujeres variaba según los decilitros de alcohol consumidos. Cuando éste todavía no era excesivo era resultón y simpático, y si ella no era muy exigente hasta conseguía que me acompañara a un rincón oscuro del bar para jugar con nuestras lenguas y manosearle los pechos sin ninguna dulzura. Cuando el alcohol ya sobrepasaba el límite aceptable mi simpatía burlona se transformaba en pesadez algo grotesca, y sólo conseguí liarme con alguna que estaba a mi mismo nivel de alcoholemia. La tercera fase, cuando el comportamiento ya sobrepasa los límites, también la he alcanzado pero afortunadamente tengo vagos recuerdos de esos momentos porque el alcohol arrastró las neuronas donde se guardaron esas vivencias.

Ahora que ya soy un adulto se que tener un amigo mágico sólo ocurre en las películas, y que raramente a lo largo de toda tu vida tendrás uno. Te das cuenta que la verdadera amistad no existe y que tu vida discurre rodeado de compañeros de juego cuando eres niño, de compañeros de fiesta y estudios cuando eres joven, de compañeros de trabajo y cenas cuando eres adulto, pero esa relación no es amistad, al menos no la amistad que yo busco, porque yo por un amigo daría la vida.

3 de abril de 2010

Mi conciencia

He vuelto a leer las entradas de este foro y me he llevado la impresión de que estaba leyendo el típico portal de autoayuda, de esos en los que le cuentas a un tal Dr. Friedrich, parapsicólogo y experto en reencarnaciones, tus problemas y te diagnostica que después de un millón de vidas has acumulado tal cantidad de mal karma que estás destinado a vivir una vida de penurias y amargura y que tu única salvación es vivir una vida de compasión y perdón.

Nada más lejos de la realidad, esa no es mi intención, no soy nadie para dar consejos, en todo caso sería yo el que necesitaría recibir esos consejos.

Una vez escuché que un buen escritor tiene que escribir con el corazón y repasar con la mente, quizá esté abriendo demasiado mi corazón y estén brotando sentimientos ocultos, sentimientos escondidos entre válvulas y arterias. No sé hasta que punto asociar estas palabras a mis verdaderos sentimientos, o si son sentimientos prestados, sacados de los poemas de Miquel Hernández o de los libros de autoayuda que durante una época de mi vida devoré.

Siempre he andado un poco perdido, nunca he tenido claro cuál es mi propósito en esta vida, es más, nunca he sabido si realmente tengo un propósito en esta vida o si simplemente naci, viviré y moriré sin más. Supongo que todos nosotros en algún momento nos planteamos que hacemos aquí, y para que hemos venido, y que muy pocos llegan a descubrir a lo largo de su vida la respuesta. Yo no creo que haya respuesta, que todas esas divagaciones son en vano, simplemente tenemos que vivir según nos marca nuestra conciencia, e intentar seguir nuestro camino porqué es cuando ignoramos esa vocecita que habla desde nuestro interior, porqué es cuando intentamos seguir el camino de otros, cuando nos sentimos tristes y perdidos, cuando sentimos que vivimos en un mundo de penurias, que vivimos en un valle de lágrimas.

Por tanto, después de toda esta divagación he llegado a una única conclusión, sigue tu propio camino, pero aquí viene la segunda cuestión, ¿Cuál es mi propio camino?, parece que en vez de clarificar la situación ésta se vuelve más compleja, que
difícil pregunta, ¿Cuál es mi propio camino?.

Antes he comentado que tenemos una vocecita en nuestro interior que es la que nos marca nuestro camino, la famosa conciencia. Si realmente fuera tan fácil, si realmente la conciencia se manifestara en forma de vocecita y nos susurrará al oído cual es el camino a seguir para alcanzar la felicidad el mundo no sería como es, pero yo nunca he escuchado esa vocecita. Cierto es que en algunas ocasiones tienes la tentación de actuar de una forma determinada sin saber muy bien porque. Cierto es que en algunas ocasiones te sientes atraído por otra persona sin motivo aparente. ¿Es eso la conciencia?, no os puedo contestar, no sé si es la conciencia o simplemente un instinto animal sobreviviente de nuestra época de cazadores.

2 de abril de 2010

Mi amigo La inseguridad.

Ya no tengo quince años, ya he alcanzado una edad en la que uno siente la necesidad de repasar lo que ha vivido y sobre todo como lo ha vivido.
Siempre he sido una persona insegura, siempre he sido una persona que necesitaba la aceptación de los demás para seguir caminando, y eso no es bueno, no es bueno porque cualquier contratiempo te deja paralizado, si no recibes el halago esperado te sientes una mierda y tú mismo te echas barro encima.
Dicen que la inseguridad tiene su origen en la infancia, en la educación que has recibido de tus padres, en los sentimientos que te han transmitido durante tus días más tiernos. En mi caso no creo que esa sea la razón porque siempre he sido así, recuerdo que al nacer no di señales de estar vivo, no empecé a llorar, hasta que no oí a la enfermera decir el típico comentario de “que niño más guapo, es igual que su madre”.
Con esa característica he ido avanzado en la vida. Primero fue la infancia, después la adolescencia y ahora la madurez, durante las tres fases mi vida ha estado marcada por la inseguridad.
Es duro ver como tu felicidad siempre depende de la reacción de los demás, muchas veces, sobre todo cuando eres un crío, actúas sólo para agradar y aunque los demás consideran que eres divertido y simpático tú te sientes vacio, una marioneta sin personalidad en manos de los demás.
Es algo innato en mi, algo que creo que marcará toda mi vida, pero afortunadamente cada vez soy capaz de controlarlo más, de hacerle frente. No os voy a mentir, aparece en cualquier momento, se presenta sin ser llamado y me grita al oído, pero yo cierro los ojos y hago oídos sordos, lucho contra la tentación de hacerle caso y aunque no siempre lo consigo, alguna vez llego a vencerle, y en esos momentos una sonrisa aparece en mi boca, me lleno de orgullo y grito en silencio… ¡He conseguido vencerte!
Una de los efectos de tener un amigo tan fiel como el mío, un amigo que te acompaña toda la vida, es que llegas a pensar que nadie te conoce, todos tienen una imagen equivocada de ti, y es que no puede ser de otra manera, porque rara vez te muestras como eres, ¿Cómo van a llegar a conocerte si siempre actúas para agradar, si siempre dices lo que quieren oír?.
Un amigo así es destructivo, te destruye a ti mismo, te arranca de cuajo la personalidad, te roba tus propias ideas, sustituye tu propio yo por otro formado por una masa heterogénea con ideas de toda la gente que has conocido a lo largo de tu vida. Una masa oscura en la que se mezclan sentimientos de lo más variopintos y en muchas ocasiones contradictorios.
Mi amigo la Inseguridad, mi amigo que me ha acompañado durante toda mi vida, siente que se está muriendo, gracias a personas que realmente me quieren, gracias a personas que me respetan independientemente de lo que haga o diga. Esas personas le están matando.
Sé que son sus últimos días, que dejará mi compañía, pero ahora que se siente vencido sus ataques son más fuertes, es la última energía de un moribundo que comprende que su fin está cerca, y ahora es cuando más peligro tiene. Ahora es cuando más atento tengo que estar, no me puedo dejar engañar, porque después de estos últimos ataques, un nuevo amigo vendrá a hacerme compañía, y la felicidad estará más cerca.