Recuerdo que cuando era niño siempre imaginaba que tenía un amigo mágico que me salvaba de las situaciones difíciles, un compañero que me ayudaba a sortear los problemas que puede tener un crio de diez años. Soñaba con un amigo que cuando me acompañaba los chavales mayores del barrio no se atrevían a acercarse para burlarse de los ridículos jerséis que me obligaba vestir mi madre y las chicas de mi edad no se reían de mis dientes torcidos y de los hierros que sobresalían por la comisura de los labios tras haber estropeado por enésima vez los brackets del aparato dental devorando un lápiz en clase de geografía. Era uno de esos amigos que te hace la vida más fácil y más cómoda.
Durante mi infancia ese amigo mágico sólo existió en mis sueños. Todavía puedo acordarme de esas tardes de domingo tumbado en la cama imaginando como cruzaba el campo de piedras que utilizábamos para jugar al futbol, lentamente, acompañado de mi amigo, y que todos los chavales se detenían y nos observaban boquiabiertos preguntándose que podían hacer para parecerse a nosotros.
Siempre fui un chico con mucha imaginación, sin embargo en la realidad, nunca destaqué por causar admiración al resto de los chicos, era un chaval que pasaba desapercibido, despistado y torpón que únicamente conseguía la atención del resto de chicos cuando mi padre me regalaba una bici nueva o un nuevo juego de mesa.
Al llegar a la adolescencia la situación no cambió mucho, desapareció mi amigo imaginario y conseguí una nueva amistad, el alcohol. Me emborrachaba todos los sábados, a falta de un buen amigo que mejor que un cubata, y en estado ebrio recorría todos los bares de la ciudad, intentando conquistar a cualquier chica, independientemente de que estuviera acompañada o no. Mi táctica conquista mujeres variaba según los decilitros de alcohol consumidos. Cuando éste todavía no era excesivo era resultón y simpático, y si ella no era muy exigente hasta conseguía que me acompañara a un rincón oscuro del bar para jugar con nuestras lenguas y manosearle los pechos sin ninguna dulzura. Cuando el alcohol ya sobrepasaba el límite aceptable mi simpatía burlona se transformaba en pesadez algo grotesca, y sólo conseguí liarme con alguna que estaba a mi mismo nivel de alcoholemia. La tercera fase, cuando el comportamiento ya sobrepasa los límites, también la he alcanzado pero afortunadamente tengo vagos recuerdos de esos momentos porque el alcohol arrastró las neuronas donde se guardaron esas vivencias.
Ahora que ya soy un adulto se que tener un amigo mágico sólo ocurre en las películas, y que raramente a lo largo de toda tu vida tendrás uno. Te das cuenta que la verdadera amistad no existe y que tu vida discurre rodeado de compañeros de juego cuando eres niño, de compañeros de fiesta y estudios cuando eres joven, de compañeros de trabajo y cenas cuando eres adulto, pero esa relación no es amistad, al menos no la amistad que yo busco, porque yo por un amigo daría la vida.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Pedrito, rey, casi es una autorretrato de mi propia vida!! La vida hace tiempo me enseñó que es mejor esperar poco de la gente, porque así, tal vez, hasta te sorprenden...!!Y de hecho lo hacen. Ultimamente me estoy encontrando con gente súper interesante, con una vida interior muy plena que me satisface inmensamente,hace que ese pensameniento a veces pesimista que tengo sobre el ser humano en general se desplome y vulevaa creer, que después de todo, no somos tan malos...
ResponderEliminarBesitos guapo.
Sisi