Como todos los primero de Mayo, hoy se celebra el aniversario de boda de los viejos. Es uno de los pocos días del año en los que la familia vuelve a juntarse. Son las doce del mediodía y me levanto cansado, sólo he dormido dos horas. Tengo que atravesar toda la ciudad para llegar a tiempo a la comida. La cabeza me da vueltas, la noche ha sido movidita y cuando llegué a casa se me olvido tomar una aspirina, que buen invento lo de tomarse una aspirina al acostarse después de una noche de fiesta, no hay mejor remedio contra la resaca. Va a ser un día jodido porque la resaca no me deja pensar y mis padres me van a interrogar como cada vez que nos vemos, si tengo novia, si a ver cuando me pongo a trabajar, que tengo que asentar la cabeza, la misma historia de siempre. Me tomo una ducha de agua caliente y dejo caer el chorro de agua sobre mi cuerpo, siento como se clava en mi piel, como me perfora la cabeza. Mientras me ducho los recuerdos de la noche no dejan de atosigarme, ¿Por qué me habré tomado esa última copa?, ¡me mató!, todo porque a Juan se le ocurrió ir a tomar la última a “Titu’s”, en ese lugar, con el ambiente que hay, no puedes tomarte sólo una copa… y todo ¿para qué?, al final, como cada sábado, he vuelto a dormir solo. Bea, desde que ella se fue no he vuelto a despertarme acompañado, que idiota soy, era una chica magnífica, guapa, inteligente, pero como siempre, lo estropeé, le dije que prefería salir con Juan, emborracharme y visitar todas los garitos de la ciudad antes que quedarme con ella en casa, ver una peli tranquilamente y charlar de nuestra relación. Como era de suponer, al regresar a casa ella ya no estaba, ni ella ni ninguna de sus pertenencias. Se había ido, y yo tenía la certeza de que jamás volvería a verla. Soy un imbécil y un soberbio, quizá si la hubiera llamado, si le hubiera pedido perdón, ella habría regresado y ahora no me encontraría tan solo, pero el jodido amor propio siempre me ha jugado malas pasadas. El agua fría interrumpe mis pensamientos, siempre me pasa lo mismo, el lunes llamo para que me pongan una caldera más grande, he estado diez minutos debajo de la ducha y ahora no tengo agua caliente para enjabonarme. Me enjabono y me aclaro rápido con agua fría, con agua gélida, como la sangre que recorre mis venas, porque no siento nada, sólo vacío.
Más que una celebración, la comida parece un funeral, a parte de los reproches acostumbrados de mi madre por la ropa que visto o la mala cara que hago, tengo que aguantar el pavoneo de mi hermano, contando sus éxitos laborales y sociales. No aguanto más esta situación, me levanto y sin mediar palabra salgo de la casa dando un portazo. Típica reacción mía, huir cada vez que una situación me incomoda, escaparme de mi mismo.
Me siento en un banco del parque de enfrente de la casa de mis padres, donde me pasaba horas y horas cuando vivía con ellos. Estoy tan absorto en mis pensamientos que no me doy cuenta de que alguien se sienta a mi lado.” ¿Fumas?”, me pregunta una voz que retumba en mis odios, una voz grave y con tono seguro, mientras me ofrece un cigarrillo. Le observo un instante y acepto el cigarro. Es un hombre de unos cuarenta años elegantemente vestido, se nota que el traje que viste está hecho a medida. Fumo lentamente mientras el hombre me explica que lleva un rato observándome, que se ha dado cuenta de que estoy vacio, que se nota que no tengo ilusión por nada en esta vida. “La vida es hermosa y yo puedo ayudarte” sentencia. “¿Cómo puedes ayudarme? La vida es una mierda”, le contesto. El hombre, con un tono de voz pausado, me cuenta que él pertenece a una asociación que se dedica a ayudar a jóvenes desamparados, a jóvenes que han perdido la ilusión por todo, a jóvenes como yo. “Si me acompañas te enseño el lugar donde vivimos, tengo el coche aquí al lado”. Le miro a los ojos, su mirada me transmite calma, durante unos segundos se produce un silencio que me parece una eternidad, no tengo nada que perder, ¿Qué me puede pasar?, ¿Qué me va a hacer este hombre si no tiene media ostia? “Ok, vamos ahora mismo”. Contesto.
Nos subimos en un porche 911 descapotable, esta organización no escatima en gastos. Salimos de la ciudad a un marcha prudencial por la nacional dos, destino a la sierra. Ya en la autopista, a una velocidad de vértigo, siento el viento en la cara y una sensación de libertad invade mi cuerpo, me siento libre, por primera vez en mi vida me siento libre. Durante todo el trayecto no intercambiamos ninguna palabra. Salimos de la autopista por la salida 57, y nos adentramos en un bosque por un camino sin asfaltar. “¿Qué sientes?”, me pregunta el hombre. “Tranquilidad” le contesto. A los diez minutos de abandonar la autopista aparece ante nuestros ojos un enorme edificio construido entre pinos y rocas y rodeado de un muro de como mínimo 3 metros de altura. La puerta se abre automáticamente, nos adentramos en esa construcción faraónica despacio, no puedo dejar de contemplarlo todo con la misma sorpresa que un niño al abrir un regalo, con la misma emoción que sentí, cuando todavía era un crío, al visitar Eurodisney.
Aparcamos en un garaje donde se ubican coches de lujo de las marcas Mercedes, Ferrari y Jaguar, entre otras. Estoy realmente impresionado, si el paraíso existe seguro que este lugar es lo más parecido. “Bueno, ya hemos llegado, te enseño el lugar y si te gusta puedes quedarte”, comenta el hombre. “¿Así, sin más?”, le contesto. “Ya te dije que estamos aquí para ayudarte”. Entramos en el edificio por una puerta lateral, y después de un rato de enseñarme más y más habitaciones y contarme más y más historias me percato de que durante todo el tiempo que ha durado la visita no hemos visto a nadie, ni una sola persona se ha cruzado en nuestro camino. Me dejo caer sobre el suelo y la emoción empieza a convertirse en pesadumbre, mi cabeza empieza a imaginar historias terribles sobre sectas. “Parece que se me ha olvidado enseñarte lo más importante”, me comenta el hombre al darse cuenta de mi cambio de actitud. “Ven, acércate”. Me levanto con desgana, el miedo me paraliza, quiero salir corriendo pero no puedo, me acerco despacio para asomarme a la habitación cuya puerta el hombre acaba de abrir. Esta oscuro, y un silencio sepulcral domina el ambiente, me esfuerzo para adaptarme a la oscuridad, empujado por el hombre me adentro lentamente en la estancia recorriendo un pasillo central, mientras voy descubriendo a ambos lados gente tumbada en el suelo en cubito supino, vestida con una túnica verde y con las manos apoyadas en el pecho. Mi corazón se acelera, noto como las pulsaciones se disparan, intento gritar pero soy incapaz de articular palabra. Al llegar al final de la habitación, el hombre que está a mi espalda, me agarra del hombro y me obliga a darme la vuelta. Le tengo cara a cara, percibo una sonrisa maliciosa en su cara, un brillo pícaro en sus ojos. Me entrega un sobre y sin apartar la mirada de sus ojos lo cojo, siento una lagrima desplazarse por mi cara, me tiembla la mano, después de varios intentos consigo abrir el sobre y saco una hoja de su interior. Transcurridos unos segundos aparto la mirada del hombre y leo el texto de la hoja. Una sola frase está escrita en ella, una sola frase pero con un mensaje muy claro: “Pedro, Bienvenido a la construcción. El que entra en ella nunca más saldrá”.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario